23 de abril de 2009

En el corazón del pacoEl párroco de la calle de la muerte

Jorge Fernández Díaz

lanacion.com | Opinión | Jueves 23 de abril de 2009

19 de octubre de 2008

Desaforados
Alucinados
Perdidos y transformados


Los pobres niños.


Borracheras de las generaciones incipientes
Mamaderas espirituosas
Y papilla con sabor a tabaco ennegrecido o machucado


Los niños pobres.


Vagabundos urbanos
Esforzados trabajadores de la tierra
Milicos camuflados en algún país remoto, o no tanto


Con la democracia se come, se educa y se cura.


La muerte: el Gran No
No vida / No nada
¿Cómo es morir por una carencia
para entrar en el otro espacio de la nada?


Vivir muriendo:
Un oxímoron raro
Un gerundio imposible


Esos niños.


MBL

26 de julio de 2008

De cartones y otras yerbas

El cartonero sereno recorre las calles del deseo
Se observa en los espejos de las latas baratas –o tan caras–
arrojadas, mojadas, abandonadas
Arrastra el carro eterno de papeles y cartones del “ya veremos”


Es fea la noche de las veredas negras

Los dedos expertos desordenan lo correcto
Merodean los ojos sangrantes en el ocaso de la tentadora espera
Bolsas repletas de verdades desertoras
Cada hora que se pasa es un anatema


Yo desecho
Vos desechás
Él desecha
Todos desechamos


El cartonero recoge/ La gente se molesta
Las horas callan/ La Negra se despereza
El nene come/ ¿La panza se le llena?


MBL

22 de junio de 2008

La soledad

La soledad tiene el color gris y marrón de las ropas que visten quienes duermen en el frío de las veredas o se acurrucan en los pastos de las plazas. Tiene la mirada inhóspita del anciano que espera sentado frente a la puerta la aparición repentina del hijo perdido o indiferente.

Viste las pieles multicolores y multitexturales de quienes se autoexilian de la tierra caliente de su patria, en busca de nuevas oportunidades, de otras sociedades, otros vocablos y suspiros de sonoridad desigual. La soledad bombea como un corazón aletargado y cansado las existencias diminutas de los niños de las calles, de los adolescentes que rodean los espacios urbanos o “civilizados” de un continente que bulle por encontrarse. Sabe a cartón, a diario trasnochado, a fruta podrida y a sulky que arrastra las porquerías (tesoros) de la basura desechada por unos y que sirve a otros.

También empapela la tecnología detrás de una máquina fingidora de singularidades. Y cuando desdibuja perfiles y homogeneíza latitudes y longitudes, su sustancia se hace carne en las entrañas individuales de los que pretenden rechazarla con los instrumentos del progreso, y evitar así sus ateridas sensaciones. Se parece a los silencios de una mujer eterna entre las cuatro paredes de su departamento, que aguarda el ring de un teléfono desacostumbrado ya a sus funciones comunicativas.

La noche convoca a todas las soledades, las reúne sin unirlas, manteniendo sus límites bien definidos, pero haciendo a la vez visible su presencia a los ojos de los sentidos y del corazón que se despiertan.

Hasta en el poder habita la soledad. Se mueve entre las decisiones y los pensamientos de ese uno que manda, dirige y ordena lo que hacer y no hacer. Como la muerte, no diferencia entre sus adeptos y detractores (o esquivadores), puesto que su vocación triste es la permanencia aceptada o reprimida e incluso mitigada en los cuerpos de los vivientes.

La soledad se impregna del olor de las camas prostibulares, de sus manchas crepusculares, adheridas a la piel de los que buscan, a fuerza de persistir en la urgencia de contacto, desairarla con seducciones inventadas y desesperadas. Sabe amarga la soledad cuando se traga sin pedirla, cuando la conciencia de su existencia parasitaria en el ser lastima sin tregua los oídos ensordecidos por lo externo.

Adentro y afuera. Estamos, venimos, vamos, volvemos, nos movemos en zigzag o en forma circular, en línea recta o en reversa desprolijamente. Los edificios se alzan ante nosotros como paredones de una cárcel virtual, y tan palpable, que nos cobija y aliena o distancia a la vez. Micro y macrosoledades desorbitadas, la del interior particular de cada uno, la de los grupos que se oponen, por distintos, como engranajes encimados o superpuestos que no siempre perciben la otredad de su propia identidad colectiva y la de los demás.

La soledad se descubre en la humedad de unos ojos sangrantes y una mirada suplicante o sumisa; se desnuda entre la estridencia de una risa descontrolada y efervescente, constante, que no cesa, porque detenerse es permitir la abrupta emergencia hiriente de la pena.

Se llama varón y mujer, negro, blanco, amarillo, variopinto, heterosexual y homosexual, occidental y oriental, budista, judío, cristiano, agnóstico, musulmán… Y su invisible corteza se materializa sobre todo en los innominados, los desconocidos y ninguneados de siempre.

MBL (junio de 2008)

1 de junio de 2008

La espontaneidad (y la locura) al palo

- Me molesta el reduccionismo con el ser humano. María

- Frases productivas y productivo de frases. Emilia


- Se me coló algo en el habla. María


- Te acabás de llevar por delante el tendal de palabras que colgaban. Emilia


- Es todo un ritual. Hay que sentarse y apuntar. María


- A veces hay que inyectarse literatura. María


- Siempre hay alguien que te desactiva la sombra. Emilia


- Debe ser porque me fui, pero volví y no llegué. María


- Puede ser que haya algo químico en la Coca-Cola que, combinado con mis químicos, haga boom. María


- Se me fermentó la neurona. Zaira


- LLueven señales de cosas. María


- Hay algunas cosas que se solucionan con azúcar química y otras con azúcar humano, con dulce humano. María

28 de mayo de 2008


Anticipadamente depresivos
Agotados por labores injustas
Ejercicios de una niñez incumplida
Esqueletos de violencia
Anhelos exuberantes caminando
Arrastrando sus pies descalzos
Sus carnes ínfimas por piedras de caminos
Que son tumbas de historia
Divisiones del azar o del designio humano
Yo, aquí; vos, allá: ¿por qué la distancia?


MBL

23 de mayo de 2008

Polémicas: José Pablo Feinmann, YouTube y K

Cualquier pelotudo tiene un blog
Por Daniel Capalbo

El filósofo, antes filoso, y escritor, siempre prolífico, José Pablo Feinmann afirmó en un tono muy pero muy asertivo que cualquier pelandrún sin obras publicadas ni trayectoria ni prosa genial que exhibir y que encima tenga la osadía de postear en un blog sus impresiones, sus quejas, sus textos incipientes, es un pelotudo. “Cualquier pelotudo tiene un blog y ponelo en negritas”, proclamó en un video que se puede ver en YouTube. Una pena, porque Feinmann se quejó con desprecio y una suficiencia que difícilmente merezcan quienes usan los blogs para decir, comunicar y jugar con las palabras que sirven para escribir.

Lo que antes cualquier perejil garabateaba en un cuaderno Arte en La Giralda de Corrientes, por más burro e iletrado que fuera, era bienvenido porque, al menos para los periodistas de mi generación, que de verdad veneraban a la suya, Feinmann, era como poner un pie en el primer peldaño de una escalera que conducía al crecimiento intelectual. Era cosa de entrar en la aventura de la palabra, nada menos.

Puede ser, ¿no? Hay muchos bloggers pelotudos, es probable que la mayoría lo sea. Pero no son los únicos tontuelos en este universo. Hoy existen libertades y recursos tecnológicos que hace apenas unos años eran inimaginables, y también hay un claro abuso de ellos. Pero en todo caso sería bueno sumar a la protesta a otros pelotudos que casi en la tercera edad destilan resentimiento senil o caen en algún tipo de ilusión óptica, más ligada a los deseos que a la razón; algo que, se sabe, siempre nubla el sano juicio y por ende la capacidad crítica. Por ejemplo: el hecho de ver en el ex presidente Kirchner –en pleno ejercicio– a un tipo similar a Jean-Paul Sartre, pero reencarnado en la política, cuando entre uno y otro no hay en común más que su bizquera. Mire, vea, maestro Feinmann, recuerdo que usted dijo eso hace unos años y lo transcribí en una nota cuando a Kirchner apenas se lo conocía por su mal genio adolescente. Hoy creo que aquélla fue una proposición que también podría calificarse de pelotudez, tal vez derivada de una sobredosis de Prozac.

La obra de José Pablo Feinmann es buena. La sangre derramada debería ser declarada de interés nacional, igual que Filosofía y nación. Son libros esenciales. Pero muchas veces me pregunto cómo el intelectual de profesión es capaz de convertirse en la parodia de presentador iluminista de tevé, blandiendo una imagen como de científico loco, en un programa dedicado a la divulgación filosófica que pone en el aire el dignísimo canal cultural Encuentro. ¿Será porque el Estado reconoce y paga? Recomiendo el programa, sin embargo, a los alumnos del colegio nacional. A mí me hubiera gustado tener un profesor así, lo confieso: apasionado, lírico, desgarbado. Y hasta un poco confuso e imperfecto.

Pero una cosa es la filosofía y otra, la acción política. Porque esa confusión la traslada usted a la defensa cerrada de un gobierno que no deja de pedirles adicción a sus intelectuales. Una confusión que lo llevó a concluir apenas una semana atrás que la burguesía sojera estaba urdiendo un golpe en contra de la señora que nos gobierna. Porque, en el fondo, el campo (que para usted es la suma lineal de oligarcas, egoístas liberales y conservadores de ranchería) denostaba a la Presidenta pero para tumbarla, y pensó que todo ese barullo, esta protesta y rebelión frente a un caso de abuso impositivo, escondía el verdadero deseo de cobrarse mal la política de derechos humanos que el Gobierno lleva adelante. Usted lo llamó “protogolpe institucional”.

No dudo de que el ejercicio intelectual, el hecho de dar una vuelta de rosca a lo evidente y superficial, la reflexión como sistema, sean la arcilla que moldea el pensamiento crítico. La pregunta es: cómo es posible que ese ejercicio ponga del mismo lado, bajo la misma bandera, en la misma vereda, a defensores biológicos de un gobierno que miente las cifras de pobreza, de inflación, que manipula la libertad de prensa. Defensores como el profesor Luis D’Elía o como el antes recalcitrante Eduardo Feinmann, periodista de C5N y Radio 10, su primo lejano y ahora habitual interlocutor domesticado de la Casa Rosada.

¿No será por eso, estimado José Pablo Feinmann, que ahora hasta un pelotudo tiene un blog?

Fuente: diario Crítica de la Argentina, 23/05/2008.